“Los partidos mueren cuando no siguen el curso de la historia” J.P. Sartre
 
Mucho se habla del sistema político “democrático”, de su vigencia o no, de sus fundamentos, de su estructura institucional, etc. Sin embargo,  el primer error que se comete es  generalizar irresponsablemente la democracia liberal – basada en la división de poderes y en su carácter representativo de elites – como la única forma de democracia posible y viable, a pesar de su evidente crisis y fracaso histórico. En los análisis o debates, con frecuencia, se olvida el  incumplido fin principal de un sistema político que se precie de ser democrático: el ejercicio del poder en representación y al servicio de las mayorías sociales, y la búsqueda de su consecuente bienestar económico, social, cultural,  en un medioambiente saludable y sostenible. Es el  tiempo de  juzgar la democracia liberal, ya no en  relación al despotismo medieval, sino en función de sus promesas incumplidas y los desafíos de la humanidad del siglo XXI,  en un contexto de profundas desigualdades, recurrentes crisis económicas y una inminente catástrofe medioambiental que amenaza con ponerle fin a la especie humana sobre el planeta.
 a)       Promesas fallidas de la democracia liberal en el mundo.
El sistema “democrático” actual, en esencia y fundamento, surge de las entrañas de la revolución francesa de 1789, con tres promesas centrales a la civilización moderna: libertad, igualdad y fraternidad.
Ya han corrido casi 250 años y no podemos afirmar, objetiva  y rigurosamente, que vivimos en  una civilización donde la libertad de las personas, la igualdad de oportunidades y la fraternidad entre los seres humanos, sean pan de cada día y menos se puede afirmar que los objetivos de los partidos liberales sean la  defensa o realización de los  derechos humanos. No se puede sostener ello, mientras África sea el continente más pobre del mundo. No, mientras América Latina sea el continente más desigual del planeta. No, mientras el olor de las bombas nucleares siga impregnadas en nuestras narices. No, mientras el planeta se esté secando como un limón, en los altares de la competitividad y del libre comercio.
Pues, en resumen: La libertad, igualdad, fraternidad y los derechos humanos, no son más que mercancías, con el beneplácito del sistema político demo-liberal y la partidocracia tradicional o moderna que le es consustancial.  Igual que un árbol, el sistema político se juzga por los frutos. Y la democracia liberal, no es más que la junta de accionistas de las elites empresariales que ven el Perú como un gran mercado y los derechos humanos como un gran negocio.  ¡¿No es así?!
 b)      Promesas fallidas de la democracia liberal en el Perú.
La construcción de un país libre y soberano, con pleno ejercicio de los derechos humanos no solo son promesas incumplidas del liberalismo peruano, sino que son metas irrealizables bajo un esquema político liberal en colapso, como el actual. La crítica no está centrada en la cuestión de forma, sino de fondo: la democracia liberal no expresa la voluntad de las mayorías, sino de las elites poderosas que históricamente han conducido nuestro país. He allí el problema de fondo que debemos resolver. ¡Sin hablar de la prensa concentrada, del sesgo de las instituciones políticas y de las campañas clientelistas de compra de conciencias,  de la desigualdad, de la economía de oligopolios y del crimen organizado!
 c)       Crisis de la partidocracia neoliberal
La partidocracia neoliberal son el conjunto de partidos , desde el fujimorismo pasando por el Apra y el PPC,  llegando hasta el nacionalismo, que vienen implementando o promoviendo las políticas neoliberales desde los años noventa, continuando en esencia el camino económico y social  establecido por la dictadura Fujimorista. Estos partidos carecen de legitimidad y  se caracterizan por el incumplimiento de sus programas políticos de “cambio”, los escándalos recurrentes de corrupción, sus vínculos con el  narcotráfico (Gerald Oropesa, Joaquín Ramírez), sus políticas de extremo e indiscriminado aperturismo comercial.
 d)      Siete  principios básicos para una nueva praxis política.
Concebir y practicar  la política no como un negocio, sino como el arte de dirigir y, sobre todo, servir a la sociedad. La política con orientación ética y eficiencia práctica. La democracia representativa debe sustentarse en una democracia participativa, donde el soberano sea el ciudadano, el pueblo. Recuperar la política del dominio de las elites para que las mayorías puedan ejercerla en beneficio del país. La supremacía de la sociedad sobre el mercado. El predominio del trabajo sobre el capital, y de la sostenibilidad medioambiental sobre la irracionalidad del consumismo y la lógica del productivismo simplista. 
 Nota: Este trabajo, en apretada y forzada síntesis,  no pretende agotar en toda su amplitud el análisis de  la crisis de la democracia liberal en pleno siglo XXI, pero si busca, con justa ambición, ser un esquema básico para el abordaje de un  tema poco analizado en nuestro medio nacional y regional.
Por: Cesar Augusto Holguín L.
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