Por: Percy Gómez

San Agustín, considerado el doctor de la Iglesia, con gran genialidad decía: “Toda crisis es carencia y toda carencia es crisis”. Esta expresión revela el porqué se da una situación grave o preocupante y ello es porque falta algo, existe una carencia.

Por ejemplo, la sociedad, en los últimos tiempos, experimenta un incremento notable y preocupante de actos ilícitos, protagonizado por jóvenes. Muchos de ellos aún en una edad en el que recién dejaron de ser niños para convertirse en adolescentes.

Podemos apreciar cómo adolescentes incursionan en un delito gravísimo como el sicariato y el uso de armas de fuego, y que tempranamente se convierten en homicidas. Jóvenes que, convencidos por amigos, concurren a centros de diversión, y luego de consumir bebidas alcohólicas, sustancias denominadas comercialmente como energizantes y en otros casos drogas prohibidas, se vinculan con una realidad que nunca la pensaron, como es el caso reciente de una joven deportista que falleció, sin que sus padres supieran qué tipo de vida llevaba.

El legislador estima que la solución a todo ello está en elevar el tiempo de las penas, reducir la edad para tener responsabilidad penal, y hasta establecer la pena de muerte.

La carencia de la que hablaba San Agustín y que genera la crisis que ahora vivimos, se da porque ningún Gobierno ha tomado con seriedad efectivizar una verdadera política de población, que la Constitución manda; por eso vemos grupos humanos desprovistos de los servicios elementales como salud y educación.

También existe carencia en fortalecer a la familia y evitar que los padres irresponsablemente traigan hijos al mundo y los echen a la calle, para vender caramelos, u otras manifestaciones que indignan y causan dolor al ver a esos niños que viven en la calle y no en un hogar donde se les dé cariño, amor, comprensión, tolerancia y otras tantas exigencias que edifican una correcta y beneficiosa personalidad.

Lo contrario de esto es que esos niños, víctimas de padres irresponsables, se convierten en actores antisociales e ilícitos, pues crecen con resentimiento, con aspiraciones frustradas, comparados con otros niños –que lo tienen todo– y que los hacen sentir mal. Lamentablemente, el legislador y las autoridades no consideran acción prioritaria recuperar a la familia, que muchas veces está quebrada o separada.

Esos jóvenes que no tienen la dicha de contar con un hogar sólido, probablemente son los que mañana serán miembros de una pandilla y luego formarán parte de grupos delincuenciales de mayor peligrosidad. Urge una política de prevención efectiva porque advertimos una política extremadamente sancionadora y con la realidad de que el preso no siempre se resocializa; sino, más bien, se agrava su condición personal, con raras excepciones. ¡Salvemos a nuestros jóvenes y niños!


Source: El Sol