Por: Alejandro Vassilaqui

En el último discurso del papa Francisco ante la Pontificia Academia de las Ciencias, dijo: “La droga es una herida de nuestra sociedad. Una herida que atrapa a mucha gente en las redes”.

También señaló: “Son víc­timas que han perdido su libertad para caer en esta esclavitud”.

Son muchos factores que intervienen en este panora­ma: la ausencia de la fami­lia, la presión social, la pro­paganda de los traficantes, el deseo de vivir nuevas ex­periencias, etcétera.

No podemos clasificar al drogadicto como objeto o trasto roto. Cada persona ha de ser valorada y apre­ciada en su dignidad para ser sanada. Siguen tenien­do, y más que nunca, una dignidad como personas.

La mundaneidad ofrece un amplio abanico de posi­bilidades para alcanzar la felicidad efímera, que se convierte en veneno que corroe, corrompe y mata. La persona se va destruyendo y a todos lo que están a su alrededor.

Y ese deseo de huida permanente, buscando la felici­dad momentánea, devasta su integridad.

El alcance de la droga es esencialmente destructor, así como la variedad de sus centros de producción y sistemas de producción. Y lo que genera es la muerte no física, sino la muerte psíquica, la muerte social.

Redes inmensas, poderosas, van atrapando personas responsables en la sociedad, en los gobiernos, en la familia.

Ante ello, la distribución, más aún que la producción, representa una parte del crimen organizado, es un desafío identificar el modo de controlar los circuitos de corrupción y las formas de blanqueo de dinero.

No queda otro camino que remontar la cadena que va desde el comercio de drogas en pequeña esca­la hasta las formas más sofisticadas de lavado, que anidan en el capital financiero y en los bancos que se dedican al blanqueo de dinero.

Así como la distribución mata al que es esclavo de la droga, la consumación mata al que quiera destruir esta esclavitud.

Para frenar la demanda del consumo se necesitan grandes esfuerzos y amplios programas sociales orientados a la salud, apoyo familiar y educación, que considero fundamental. La formación humana inte­gral es la prioridad, da la posibilidad de tener instru­mentos de discernimiento para rechazar las ofertas y ayudar a otros que enfrentan el mismo problema.

Si bien la prevención es el camino, es fundamental también trabajar por la plena rehabilitación de las víctimas, para devolverles la alegría y la dignidad que un día perdieron. La lucha es difícil y siempre que se da la cara y se trabaja se corren riesgos. No es cosa de disciplina momentánea, es una cosa que se pro­yecta hacia adelante.


Source: El Sol