Por: Víctor Corcoba Herrero

En este mundo, no sólo cabemos todos con sus diversos rostros y multitud de rastros, también estamos llamados a confluir en un mar de entendimiento, me­diante un encuentro sincero de individuo a individuo, que nos lleve con una actitud humilde a saber aprender de los demás. Verdaderamente, nuestra concordia está supeditada a la colectividad de la que somos parte ex­clusiva, sin obviar el todo necesario e imprescindible del que también formamos porción. Por ello, nadie puede quedar excluido. Las barreras del encierro y la margi­nalidad no tienen sentido alguno. Todos nos merecemos la oportunidad de poder desarrollarnos como personas, máxime en un momento en el que estamos interconec­tados a través de las tecnologías.

Ahora lo que hace falta es que esta interconexión, sir­va como estímulo creativo para encontrar los caminos adecuados y propicios para humanizarnos, pues aun­que estamos en la era del conocimiento y la informa­ción, tenemos que decir no a tanta falsedad sembra­da, a una economía sin alma, donde lo que impera es el poder del dinero y que seamos productivos en esta sociedad de mercado. Quizás tengamos que aprender a reflexionar. Y con ello, a pasar de los modales en el decir, a la ética de los compromisos; a ser más res­ponsables en la acción y más coherentes en el hacer. Por otra parte, tenemos la oportunidad de ofrecer otras moradas más solidarias, con el retorno a un orden so­cial más equitativo, concienciándonos de que todo ha de estar en favor del ser humano. Aún tenemos cerca de cinco millones de niños en el mundo que padecen desnutrición aguda grave y cerca de cuarenta millones de personas carecen de acceso a agua potable. Estos son los tristes datos, que refrendan nuestra pasividad y falta de coraje.

Algunos partidos políticos hambrientos de votos juegan a la confusión, llegando a normalizar algo tan deleznable como el odio. Lo que menos le interesa es la ciudadanía. Estimo, por tanto, que la política ha de ser más poética, o sea más de servicio desinteresado, y así podremos encauzar otro orden existencial más justo. Por desgra­cia, estamos cosechando un futuro lleno de incertidum­bres que nos afecta a todos, debido a las guerras, la variabilidad económica, el cambio climático y las des­igualdades crecientes. De ahí, la necesidad de una ética responsable que nos encamine hacia otros horizontes más auténticos, lo que nos exige de otros cultivos más reeducadores, o si quieren rehabilitadores, destinados a hacernos pensar críticamente para poder discernir lo que más nos conviene, dentro de un universal camino de maduración en valores.

Confiemos que siendo la generación de jóvenes más numerosa que se haya visto en nuestra propia histo­ria, y aunque buena parte viva en países muy frágiles y afectados por conflictos, y otros estén desempleados, sepamos renacer sin postergar a nadie, estrechando la­zos aunque sólo sea para ayudarnos a sobrellevar las cargas. En efecto, los jóvenes siempre están dispuestos al cambio y esto es bueno para construir la unidad, no la uniformidad, sino la reafirmación conjunta como especie pensante globalizada, que ha de comprenderse bajo el techo de la diversidad.

Ante esta realidad, es el momento de jugar limpio, de comprometerse y rechazar cualquier signo de fanatis­mo vertido hacia sociedades cada día más multiétnicas, multirreligiosas y multiculturales, que lo que hacen es enriquecernos para iluminar y renovar el mundo. Es­cuchémonos todos. Promovamos diálogos verdaderos. Analicemos situaciones. A veces nos sorprende quien menos pensamos. No sólo hay que indignarse hace falta también implicarse e involucrarse. Mientras las naciones más ricas del mundo debaten sobre política migratoria, Uganda se ha convertido en uno de los países del mun­do que más refugiados acoge. A Uganda llegan, cada día, quinientas personas, huyendo de la hostilidad y la persecución en países vecinos. Ellos sí que nos dan una lección de fronteras abiertas.

Sin duda, es tiempo de obligarnos. En ocasiones, somos demasiado autocomplacientes. Reconsideremos nues­tro modo de actuar desde una ética más racional, algo previo para poder renacer de estas cenizas que entre todos hemos desparramado por el planeta. Desde lue­go, hay que atreverse a encontrar los nuevos puntos de coincidencia entre humanos, los nuevos símbolos que nos entusiasmen, y a partir de aquí, el acompañamiento será más llevadero, más necesario, si en verdad nuestro compromiso por el bienestar de nuestros semejantes es tan real como serio.

 


Source: El Sol