Por: Juan Pablo Luza Pillco

“En estos años se habla mucho de corrupción (por desgracia, porque esa es una patología social monstruosa y preocupante). Pero a mí me preocupa todavía más la corrupción de la mente, el que no podamos pensar”. Emilio LLedó.

Después de haber sobrevivido al tremendo remezón que significó para nosotros la época del terrorismo homicida de los años ochenta, algo parecido a los trances que se sufren cuando el vehículo en el que viajamos se dirige irremediablemente al barranco y del cual nos salvamos por fortuna en el último momento; después de haber vencido a los fanáticos e intransigentes que querían des­truir esta democracia tal como la conocemos; después de haber experimentado una breve primavera democrá­tica con el gobierno de transición de Valentín Paniagua, donde parecía que por fin las cosas funcionaban bien; después todo esto, resulta que el poder ha vuelto, na­turalmente, a manos de los corruptos, es decir a manos de sus legítimos propietarios, de aquellos que permane­cieron en las sombras mientras el Perú se desangraba en esa guerra fratricida esperando que les recuperemos su feudo.

Para nadie es un secreto que desde los inicios de nues­tra vida independiente lo que hemos tenido como go­bernantes es una sucesión, más o menos matizada, de corruptos e incompetentes (salvo poquísimas excep­ciones) que van desde los más antipatriotas hasta los denominados “nacionalistas” que de amor a su patria no tenían nada, pasando por supuesto por los dictador­zuelos de pacotilla que son los que históricamente más daño han hecho a nuestro país, pues aparte de dilapidar nuestros recursos, enriquecerse ilícitamente han dejado una estela de degradación moral en la sociedad que tar­da mucho en reponerse, y es en estos últimos años, los que van desde la derrota al terrorismo hasta hoy cuándo la corrupción ha alcanzado grados realmente escanda­losos, con todos los ex presidentes (excepción hecha a Paniagua) y hasta el actual acusados de actos ilícitos. Decir que la corrupción se ha apoderado de todos los niveles de gobierno es casi una verdad de Perogrullo, no nos engañamos.

Pero tan grave como aquello es la mediocridad en la que nos desenvolvemos día a día como sociedad, nues­tra total incapacidad para sacudirnos de tanta monser­ga alimentada por los medios de comunicación con sus programas basura y sus noticieros amarillistas, con sus personajes estereotipados que solo promueven el mor­bo y el consumismo, reduciendo al mínimo nuestra ca­pacidad de análisis o raciocinio ante lo ocurre a nuestro alrededor.

Huelga decir que para que la corrupción campee, como sucede actualmente, necesita de una sociedad donde reine la mediocridad, o dicho de otro modo el lugar más cómodo para que progrese la corrupción es una socie­dad mediocre, una sociedad donde los viejos ya no dan un buen ejemplo, donde los mayores ya no enseñan con su experiencia, una sociedad donde los jóvenes se ha­llan sumidos en la cultura del consumo, donde es más importante el celular de última generación o la diver­sión desenfrenada del fin de semana antes que ocuparse de los verdaderos retos que les exigirá el futuro y ante este triste panorama resulta, una vez más, que en Perú, no tenemos líderes, carecemos de líderes positivos, de gente con solvencia moral y académica que empiece a hablar sobre los graves problemas que nos atañan, gente que piense y actúe de acuerdo a lo que exige la posmodernidad y se atreva a promover un verdadero cambio; líderes que promueva valores de respeto, soli­daridad, honestidad; verdaderos pensadores, filósofos, que luchen por la educación que merecen los jóvenes, una educación basada en la ciencia y en la tecnología, una educación científica que podría garantizarnos un mejor futuro y así salvarnos de este reino de la medio­cridad en la que estamos sumidos.


Source: El Sol