Por: Víctor Corcoba Herrero

Jamás pongamos condiciones para nada. Todo se puede superar por muy catastrófica que sea la situa­ción. La unidad es más grande que el conflicto. Eso siem­pre. Sólo hace falta poner nobleza en el ánimo, tesón en el buen hacer de las propias actitudes y generosidad en el perdón. Precisamente, aquello que nos ennoblece, radica en nuestra capacidad de sufrir por los demás y en no permitir que los demás sufran por nuestras mez­quindades. En cualquier caso, todos los Estados han de tener por objetivo que el pueblo se fraternice y no se desespere, ni camine en el descontento. Aprendan los gobiernos de todo el mundo. Dejen de ser el problema. La naturaleza, por sí misma, nos acompaña. El encanto está en la diversidad de sentirnos libres y responsables, en la confluencia de ese incalculable paraíso silvestre que nos armoniza y nos engrandece la existencia, pues­to que nada somos sin esa embellecedora estampa de latidos en busca de otros abecedarios más sublimes, ca­paces de hacernos tan eternos como tiernos.

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Vuelva, pues a nosotros, la ternura, el reposo del cami­nante, la alegría que brota del encuentro. Ya está bien de agredir y de despreciar a los seres más débiles e indefensos. Olvidamos que nos necesitamos todos, aun­que únicamente sea para compartir caminos y darnos compañía. Ojalá aprendamos a vencer la crueldad des­tructora ó destructiva, que tanto nos asalta en estos ins­tantes de endiosamientos y podredumbres. En general, las poblaciones disminuyen a un ritmo alarmante debido a la desaparición de su hábitat y sus presas, las inte­racciones con humanos, la caza furtiva y el comercio ilícito. Por ejemplo, la población de tigres ha disminuido un 95 por ciento en los últimos cien años, y la de leones africanos un 40 por ciento en los últimos 20 años, tal y como reconoce una reciente estadística difundida por Naciones Unidas. Esto debiera hacernos reflexionar. Si fundamental es saber quiénes somos y por qué vivimos, hemos de no pecar de ignorancia y valorar también lo que se nos ha donado, primordialmente para partici­parlo. No malgastemos entonces nuestros pasos en dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia ade­lante, no revueltos, pero siempre juntos.

Ciertamente, tenemos una necesidad de combatir los delitos contra el medio ambiente y la disminución de es­pecies causada por la actividad humana, pero igualmen­te hemos de fortalecernos los corazones para no caer en la dejadez. Quizás sea el momento de despertar, de abrir las puertas de uno mismo, de dejarse sorprender por la realidad que nos circunda y de analizar situacio­nes tan bochornosas, como las vividas por esas mujeres sirias que ahora denuncian haber recibido ayuda huma­nitaria a cambio de favores sexuales. Realmente estos comportamientos salvajes, tan despreciables como des­humanizadores, nos dejan sin palabras, pero no pode­mos dejarnos absorber por esta hélice de maldades, de­bemos aglutinar fuerzas conjuntas y pensar que, entre todos, podemos hacer más por nuestros análogos, cada cual desde su posición. Para empezar, tenemos la mejor estrategia para prevenir esta atmósfera intimidatoria, la del respeto a los derechos humanos. Su protección y promoción ha de ser un deber esencial de toda autoridad que gobierna desde la ética de las responsabilidades.

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Posiblemente tengamos que aprender a go­bernarnos antes a nosotros mismos. Nadie da lo que no posee. En ocasiones, somos nuestro peor enemigo. Solemos derrotarnos unos a otros. Por esa ausencia educativa de conjunto que impera en el mundo, resulta complicado hasta obtener lo mejor de sí. Nos hace fal­ta reeducarnos, de continuo y persistentemente. A mi juicio, el primer paso radica en humanizarnos desde la pluralidad de cultos y culturas, algo que siempre nos en­riquece, haciéndonos más solidarios y menos egoístas. Deberíamos pensar en esto. Por otra parte, me viene a la memoria algo que Mahatma Gandhi (1869-1948) ya se interrogó en su época: “¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la humanidad?” Así es, máxime en estos reinados donde nada de lo que ocurre en el planeta nos resulta ajeno. Por si fuera poco, pensemos además en que todos respiramos el mismo aire, y con él, las mismas lágrimas vertidas, con las que luego a continuación nos bañamos.

En efecto, está visto que cuando el poder quebranta ho­rizontes, en lugar de asistir para traspasarlos, al final se corrompe y, después de enviciado el vicio, todo resulta necio, hasta presentar las cosas como si fueran buenas, cuando en realidad son nefastas. Por eso, es importante poner en el centro de nuestras vidas la fuerza del alma, no el poderío del mercado, al menos para poder aco­ger existencias dejadas en el abandono más cruel. En consecuencia, ha llegado el momento de la comunión de ánimos, todos ellos siempre necesarios e imprescin­dibles, para acrecentar esa unidad acorde con la vida, desde la docilidad mística de cada cual. De ahí, la pre­cisión de aprender a sobrellevarnos, pero también a so­brecogernos, ante nuestras propias miserias humanas.

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Source: El Sol