No hay dudas, el 2016 se vivió uno de los procesos electorales más singulares de la historia moderna del Perú, y en términos políticos el más irregular del siglo XXI. Es “tan sui generis” este proceso que hasta su etapa final que debería ser de alegría y de aquellos sentimientos que componen “la victoria” no se pueden percibir, parece que todavía no hay presidente. La explicación puede estar en la poca emoción que trasmite PPK y su aire sajón; sin embargo, la parquedad de esta etapa post-elecciones se debe al tránsito de elección de dos candidatos a un referéndum sobre el fujimorismo; donde el no a Keiko ganó.
La construcción de gobernabilidad en una coyuntura de este tipo resultará una empresa bien complicada teniendo al frente a una mitad de electores que dieron el respaldo al antagonista electoral, y un poder legislativo con una mayoría disciplinada (a priori) que tiene su agenda parlamentaria marcada por la contradicción al ejecutivo a pesar de ser idénticos en la parte económica, solo para fortalecer su voto duro (y obviamente también por venganza).
Para poder levantar una agenda republicana que permita otorgarle mínimos consensos al gobierno “pepecausa” y así ganarle terreno a la oposición, será indispensable un conversatorio abierto con todas las fuerzas políticas nacionales, incluyendo a liderazgos regionales y locales. El problema que afronta este urgente dialogo, se encuentra en la preocupación de los sectores de centro y de izquierda, quienes dejando de lado su anti-establishment apostaron por una opción menos dañina para la democracia. Ergo, al margen de una conciliación con quienes molestos por la derrota se nieguen a conversar, el problema radica en lidiar con el sector garante que es abiertamente antifujimorista y que amenaza con ser la oposición más fuerte (el de la calle) en caso se convoque al fujimorismo a sentarse para construir la agenda; o peor, hacer un co-gobierno.
El “ojo por ojo” en política, en democracia, y con instituciones tan frágiles no funciona. La opción democrática está en realizar una conversación con el fujimorismo light, con el sector de grupos y electores que no son militantes del fujimorismo pero marcaron la K. Me explico, K. Fujimori pasó a la segunda vuelta con un 40 por ciento, en resultados finales de la ONPE Keiko obtiene un casi 50 por ciento ¿Ese 10 por ciento adicional es fujimorista en sentido estricto? Esa suma de electores obtenido en la segunda vuelta, se trata de un votante pragmático, que no le interesa mucho la conservación del modelo democrático, que su interés es de contar con un estado funcional que resuelva el principal problema del país: la inseguridad ciudadana.
La conquista de ese 10 a 15 por ciento de votantes fujimoristas no militante, debe ser la salida de este gobierno para impedir romper con sectores progresistas y democráticos que lo llevaron a la victoria. La activación del Acuerdo Nacional y de Acuerdos Regionales, puede ser una salida ante un Congreso opositor, como espacio democrático participativo (me animaría a decir representativo) donde la construcción de una agenda programática de cara al bicentenario de la república permita darle soporte social para el impulso de políticas que otorguen legitimidad tardía a un gobierno que más allá del pragmatismo técnico requiere 5 años de consensos.
Que las elecciones hayan sido confusas no es vinculante para que el gobierno elegido también lo sea, al fin y al cabo ganó el antifujimorismo.
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